JORGE LUIS BORGES
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones. Trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo. Según Marcos Aguinis, pocos escritores han repercutido tanto en la imaginación de los hombres.
Borges junto a Ben Molar.
Desde una perspectiva más histórica, la obra de Borges puede dividirse en períodos. Una primera etapa inicial, vanguardista, acotada entre los años 1923 y 1930. Este período está caracterizado por la importancia fundamental del poema, el verso libre y la proliferación metafórica (sobre todo la proveniente de Lugones), la apelación a un neobarroco de raigambre española (Quevedo, en primer término) y cierto nacionalismo literario, que llega a proclamar la independencia idiomática de Argentina, en textos luego repudiados por el propio autor. A este período pertenecen los poemarios Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, así como los ensayos de Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos y Evaristo Carriego. A partir de 1930 la obra de Borges, durante unos treinta años, se inclinará a la prosa y surgirá una doble vertiente de su tarea: el ensayo breve, normalmente de lecturas literarias, y la llamada "ficción", que no es estrictamente un cuento, aunque su trámite sea narrativo y su convención de lectura sea la ficcional. En ella aparecen, a menudo, escritores y libros apócrifos como Pierre Ménard y su Quijote, o Herbert Quain. Apelando a citas deliberadamente erróneas en sus meditaciones sobre la tradición literaria, Borges definía la tarea del escritor como esencialmente falsificadora y desdibujaba toda pretensión de originalidad y creación. La literatura era, según su concepción, la infinita lectura de unos textos que surgen de otros y remite a un texto original, perdido, inexistente o tachado. En otro sentido, la obra ficcional borgiana se inclinó a temas recurrentes, como son lo fantasmal de la vida, el combate singular como reconocimiento del otro en el acto de darle muerte, el espejo como cifra de las apariencias mundanas, la lejanía y la desdicha vinculadas con la relación amorosa, o la busca del nombre de los nombres, el prohibido nombre de Dios, donde se realicen las fantasías de perfecta adecuación entre las palabras y las cosas. Estéticamente, en este segundo período de su obra, Borges efectuó una crítica radical a sus años de vanguardista. Se replegó hacia una actitud estética de apariencia neoclásica, aunque en él pervivieran los tópicos del infinito y de lo inefable, recogidos en sus juveniles frecuentaciones de Schopenhauer y de los poetas románticos alemanes. El afán de tersura en la expresión, la relectura de los clásicos y su cita constante, la concisión que exigen los géneros breves, son todos gestos de su neoclasicismo en el que la razón intenta ordenar, jerarquizar y clarificar hasta los límites admisibles de su poder sobre el lenguaje, siempre resbaladizo, engañoso y ambiguo. Borges en esta etapa vuelve sobre algunos episodios costumbristas de ambiente campesino o suburbial, que había tratado en su juventud, como el duelo a cuchillo, para repasarlos en un contexto de mitología universal. Así, sus gauchos y compadritos de las orillas se entreveran con los héroes homéricos, los teólogos medievales y los piratas del mar de la China. No son ya el motivo de una exaltación peculiarista ni se los encara como emblemas de un universo cultural castizo y cerrado, sino que se los relativiza en un marco de ambiciones eclécticas y cosmopolitas. A este período, prescindiendo de antologías y reelaboraciones, pertenecen los ensayos de Discusión (1932), Historia de la eternidad (1936) y Otras Inquisiciones (1952); los relatos de Historia universal de la infamia (1935), de Ficciones (1944) y El Aleph (1949), y un buen número de obras en colaboración con Bioy Casares (Seis problemas para don Isidro Parodi, 1942; Dos fantasías memorables, 1946; Un modelo para la muerte, 1946, y los guiones cinematográficos Los Orilleros y El paraíso de los creyentes, 1955, con Delia Ingenieros (Antiguas literaturas germánicas, 1951), con Betina Edelberg (Leopoldo Lugones, 1955) y con Margarita Guerrero (El Martín Fierro, 1953 y Manual de zoología fantástica, 1957).
La mayoría de sus historias más populares abunda en la naturaleza del tiempo, el infinito, los espejos, laberintos, la realidad y la identidad; mientras otras se centran en temas fantásticos. El mismo Borges cuenta historias más o menos reales de la vida sudamericana; historias de héroes populares, soldados, gauchos, detectives y figuras históricas, mezclando la realidad con la fantasía y los hechos con la ficción.
Con un manejo inusual de las palabras, la obra borgiana impulsó una renovación del lenguaje narrativo, resaltando la índole ficticia del texto y amalgamando fuentes y culturas de índole diversa (europeas y orientales, vanguardistas y clásicas) a través de la parodia y la ironía. Sus textos surgen de otros textos previos, y suponen una estrecha familiaridad con ellos. Las tramas se superponen a otras tramas, cada párrafo es la variación de otra escritura o lectura previas. Es difícil no descubrir algunas de sus claves; es casi imposible descifrarlas todas. Su escritura rescata ideas y preguntas que atraviesan el pensamiento occidental desde sus remotos orígenes y las reformula, legándolas a la posteridad. No intenta seriamente solucionar las contradicciones; prefiere resaltarlas, reordenándolas en paradojas, a las que envuelve una y otra vez con diferente ropaje.
Como afirmó Octavio Paz, Borges ofreció dádivas sacrificiales a dos deidades normalmente contrapuestas: la sencillez y lo extraordinario. En muchos textos Borges logró un maravilloso equilibrio entre ambas: lo natural que nos resulta raro y lo extraño que nos es familiar. Tal proeza determinó el lugar excepcional de Borges en la literatura. En ese mismo sentido, Fritz Rufolf Fries sostuvo que Borges consiguió formar su propia identidad en el espejo de los autores que él interrogaba, mostrándonos lo insólito de lo ya conocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario